miércoles, 11 de enero de 2012

Still loving you.

Canciones. Canciones que hablan sin pronunciar palabra. Canciones que te recuerdan a escenas de tu vida pasadas. Escenas que te hacen llorar porque sabes que nunca volverán. Canciones alegres, canciones tristes. Canciones que se graban en tu cabeza y no dejan de sonar dentro de tu corazón cuando sientes que ese era el ultimo beso. Canciones que te destruyen por dentro, con mensajes subliminales mientras te alejas de lo que un día fue tu vida. Cada paso que das es una apuñalada en el corazón y un respiro para el alma. Canciones que las tarareas mientras se te caen las lagrimas por las mejillas, puede que por dolor, o rabia o derrota.
Canciones que te inspiran fortaleza, te inspiran miedos, te inspiran una lucha constante entre dos personas dentro de una sola. Canciones. Canciones que a veces son tan ciertas como la vida misma. Que aciertan en cada frase el dolor en tu pecho. Canciones que suenan de banda sonora en tu vida.

“Still Loving You” decía la canción en ese momento interrumpiendo la pelea entre Yara y Layla.
Hazlo. Ni lo intentes. ¿Pero que pierdes? Me pierdo a mi. También me perderás a mi entonces. Cállate. Cállate tu, estoy harta de ti. Pues yo de ti también. Muérete. Porque no te mato yo? Entonces será un suicidio.
Parecía que la cabeza me iba a estallar. Me besó. La besé. Y todo se fue a la mierda. Toda esa mentira que parecía que empezaba a creerme se fue a tomar por culo. Odiaba irme, pero mas odiaba quedarme.
Díselo.
¡No se lo diré!
Mírale a los ojos.
No, una mierda, no pienso mirarle ni a la cara.
Layla por favor díselo de una vez, no puedo soportar que llore por mi culpa. Yara, he dicho que te calles.
¡No! ¡Ella tiene derecho a saber que todavía la amo!
Yara, eso no cambiara nada, ¿no te das cuenta? Alejarnos de ella es lo mejor que podemos hacer.
Lo se... pero no puedo vivir sin ella, Layla.
Mientes.
Es cierto.
No es que no puedas, es que no quieres.
Dale las cartas. Demuéstrale que cada día le escribiste, aún que solo le des las cinco primeras... dáselas.
Yara, te estas rajando.
¡No! Tu dáselas y que ella decida.
Espero que no te equivoques en esto.
Si ella supiera que el corazón me va a estallar de lo rápido que va... me equivocaría otra vez, solo por besarla por última vez.
Eres idiota.
Y tu una cobarde.







Yara y Layla

lunes, 9 de enero de 2012

Antes de ser tu reflejo, tenía el mío própio.


El vomito me sube por la garganta, me quema la laringe, y mis pulmones se contraen y se dilatan. Me duele el estomago, y la cabeza me da vueltas. Me mareo y me apoyo a la pared. Cierro la puerta de un codazo y me miro al espejo. Me miro directamente a los ojos, como si mirara una persona que desconozco. Clavo mis pupilas en los ojos negros de la chica desconocida. Tiene ojeras de no haber dormido en varias noches. Tiene la piel demacrada y en vez de una sonrisa, una especie de mueca. Sus manos están frías. Junto mi mano derecha con su mano que se alzan al mismo tiempo. “¿Quién eres?”. No contesta. Veo que le caen dos gotas negras de cada pozo dentro de sus ojos. “¡Contéstame!”. Intento evadirme de la rabia que de repente me invade por dentro. Yo he visto antes esa chica, pero era diferente la ultima vez que la vi.
Ella tenía una sonrisa bonita, y un negro brillante en cada ojo. Tenía un pelo lacio y pelirrojo y las manos eran finas. Tenía color en sus mejillas y unos pómulos que la caracterizaban. Era como una niña pequeña, con un corazón enorme y rojo como el fuego, ardiente de un fuego que renacía una y otra vez como el ave Fénix. “Pero... ¿Qué te han hecho?” y la chica demacrada bajo la vista. Me la quedé mirando, quería abrazarla, decirle que todo iría bien. Ella lloraba, y yo también. ¿Qué habían hecho con esa niña? ¿Porqué sentía tanto dolor?. Le pregunté como se llamaba, y me habló sin soltar palabra, como si intentara gritar a pleno pulmón y aún así no podía escucharla. Ella se esforzaba por hablarme, alertada, con el pánico escrito en los ojos, sentía dolor y pena, como si ya no supiera ni quién era y buscara las respuestas en mi. De repente me acordé de su nombre, cuando la conocí cuando tan solo era una niña. Nayara. Ella se llamaba Nayara. “¿Yara?”. No me contestó, simplemente me siguió gritando silenciosamente.  Me miraba con odio, como si fuera mi culpa que estuviera así de mal. Y de repente salió del espejo y me agarró el cuello con dos manos frías como el hielo, asta clavarme las uñas como cristales. Y me dijo, “¿Es que ya no te acuerdas de mi, Layla? ¿No me recuerdas?”.
Ella me ahogaba, me atormentaba y me dejaba sin respiración. Yo lloraba, no entendía nada, el corazón iba menguando sus latidos. Y de repente me empujó y me izo caer al suelo estampando mi silueta débil en el mármol de las baldosas de mi habitación. Y vi que Yara se iba desvaneciendo en su reflejo, pero antes me susurró “Tu antes eras feliz”.


Layla.