lunes, 31 de octubre de 2011

Me siento en estado de Standby.


Esa era una de esas tardes que no tenía ganas de hacer nada. De esas tardes en que estas en estado de “stanby”, esperando algo, viendo como el tiempo avanzaba por las agujas del reloj. De repente sonó mi móvil, era Clara, una chica rubia, muy guapa y con vestimenta ancha.
 -¿Sales?
 -Me tengo que duchar y arreglar, pero si, si que salgo.
 -En diez minutos estoy en tu casa –dijo contenta.

Después de acabar de pintarme los ojos negros y alisarme mi pelo naranja, salimos por la puerta de mi casa sin hacer ruido.
Estuvimos hablando de las ultimas borracheras que nos habíamos pegado en el bar del pueblo, las tonterías que habíamos dicho y de las gilipolladas que habíamos hecho. Miriam me llamó diciendo que nos esperaba en la plaza de la iglesia, así que nos pudimos en marcha. Todo iba bien hasta que un numero desconocido llamó a Clara. Al contestar supe perfectamente de quién se trataba. Era Eva, acompañada de Bob y los demás que estaban en el polideportivo. No tuvimos más remedio que ir con ellos. Empecé a temblar delante de la idea de verla de nuevo después de la discusión que tuvimos sobre Diana. No soportaba el pensar que quizás no me hablaría o me miraría con esa mirada que tantas veces me había hecho enmudecer. La misma mirada que me izo cuando, estirada en el suelo borracha, me dijo que porqué Diana y no ella. Esa mirada que me hacía derrumbarme al suelo.
Mis pasos avanzaron poco a poco por las calles hasta llegar a ella y a los demás. Sin apenas mirarla a la cara les dije a todos un “hola” ahogado. Algunos contestaron, otros me ignoraron.
La tarde transcurrió lentamente, obviando su presencia y evitando tratar temas puntiagudos. Yo hablaba con Bob, y ella con Clara y Evelyn, que llegó mas tarde. Habíamos intercambiado algunas palabras, y me pareció no ver rencor en sus ojos. Empezaba a estar tranquila. En ningún momento dejé de hablar con Diana por el chat del móvil, y así me veía menos indefensa delante de Eva.
Cada vez, Eva hababa mas conmigo, y yo con ella. Definitivamente no le dio importancia a la conversación que tuvimos, excepto cuando hacía algún comentario sobre Diana, que ella parecía fruncir la frente. Estuvimos cantando y fumando hasta que fueron las siete y se tuvieron que ir todos. Yo también me fui a casa, quería estar sola.

Eran las diez y media cuando salí de casa con los auriculares a todo volumen. Llegué al bar del pueblo y me fui al piso de arriba donde estaban Miriam, Evelyn, Clara y Iván.
Después de unos cuantos tragos de Vodka y Tequila, ya estaba dispuesta de reírme de la vida y a pasármelo bien. Estuvimos riendo a carcajadas por las calles del pueblo hasta el polideportivo. Todo iba bien hasta que fue la hora de volver a casa.

Iba mirando el móvil, no sabía por donde iba concentrada en mi conversación con Diana cuando de repente caí. Sentí que todo desaparecía en la oscuridad, y un grito ahogado salió de mi garganta. Sentí el vacío bajo mis pies, una sensación difícil de describir. Todo desapareció al impactar contra las rocas. Mi cuerpo bajó dándose golpes en la cabeza, la espalda y las piernas. Mi corazón dejó de bombardear mi sangre y todo se bloqueó. Abrí los ojos poco a poco, tenía la cara contra el suelo. Intenté moverme pero no pude, las extremidades no respondían, mi cabeza daba vueltas y mi respiración se me entrecortaba.
En ese momento no temí por mi vida o mi estado físico, sino pensé en Diana. Pensé en ella todo el tiempo. Recordé sus caricias entre mis sábanas, sus besos bajando por mi espalda, mi cara contra su pecho desnudo, sus ojos, sus labios. Recordé todo lo que había perdido y todo lo que podía perder si algún día yo faltaba en este mundo.
Oí gritos, llamándome, preguntándome si estaba bien, pero no contesté. Simplemente cerré los ojos y seguí imaginando a Diana mientras los minutos pasaban. Moví las puntas de los dedos, comprobando su movilidad e intenté levantarme del suelo entre las rocas, pero desistí al ver que era imposible. Y me quedé allí, tirada en el suelo, con las rodillas y los pies sangrando, viendo como el tiempo pasaba y yo me quedaba inmóvil, sintiendo que mi vida cada vez tenía menos sentido.

Eran demasiadas las cosas que había perdido ya, solo la vida era lo único que me faltaba por perder.

domingo, 30 de octubre de 2011

Ojos que no ven, corazón que no siente.


Al llegar a clase vi ojeras en las caras de mis compañeros, algunos todavía iban con gafas de sol o resaca. Un fin de semana movido.
 -¡Yara! –me taparon los ojos con dos manos inhumanamente heladas. Deduje por su temperatura que era Alexia, no muy alta, con el pelo perfectamente ondulado, ojos grandes y casi tan oscuros como los míos. Y con un gran sentido para la danza.
 -Alex, ¿quieres hacer el favor de quitarme tus manos de la cara?
 -Siempre sabes que soy yo... ¡No se vale! –dijo indignada por mi acierto.
Me reí y ella me dio una colleja. Cinco minutos mas tardes después entró el profesor de castellano y me acomodé en la silla, dispuesta a dormir hasta que acabara su exposición sobre “el Mío Cid”.

Pasaron todos los días de la semana iguales, rompiéndome por las noches pensando en Diana, y durmiendo en las clases lo que por la noche no descansaba. Las cosas habían cambiado, hasta mejorado con Diana. Quedábamos por Figueres por las tardes, hasta la acompañé a hacerse unas fotos. Por la calle me sonreía y yo era feliz al verme junto a ella como unos meses atrás. Eva había desaparecido de mi vida, ya ni la veía y eso era bueno, ya casi ni me dolía pensar en ella, ya no se me aceleraba el corazón en pensar que seguía enfadada conmigo por haberle dado una oportunidad a Diana. Todo parecía estar en su sitio de nuevo hasta que me di cuenta de que se acercaba un día. El día.
Me hundí de golpe y porrazo. ¿Qué éramos Diana y yo? ¿volvíamos a estar juntas? ¿y qué pasaba conmigo?¿ y si volvía Bea en su vida?
Me armé de valor y se lo pregunté por el chat.
 -Diana, ¿tu y yo qué somos?
 -Amigas.
Una oleada de dolor me apuñaló sin piedad por la garganta hasta que me izo llorar de rabia. Rabia por que eso siempre me había dolido. Me veía como una simple y vulgar amiga. De esas que saludas cuando no tienes nada mejor que hacer, con la que quedas para ir de compras o tomar algo en un café. Me dolía en el alma pero tenía que aguantar, no podía dejar que viera que le daba tanta importancia.
 -Las amigas no se dicen te quiero, o se besan.
 -Ya lo se. –se quedó callada y luego se atrevió a decirme un simple “no sé que decirte”.
Esas palabras eran peor que el hacerse uno mismo el haraquiri.
Sabía perfectamente que dentro de unas horas volvería a ser día veintinueve. Ya me había hecho una idea de lo que me esperaba esa noche, una tortura llenos de fantasmas del pasado torturando mi pobre cabeza ya taladrada por el dolor.

Esa noche no cené apenas nada, y me fui a dormir. Después de discutirme con Diana nunca tenía ganas de nada. La marcha atrás ya se había disparado y el cronómetro luchaba contrarreloj. Faltaban apenas unos minutos para las doce de la noche, y yo seguía llorando arrastrando por el cojín las gotas cristalizadas que salían de mis lagrimales. ¿Sería capaz de decirle cuanto la quería esa noche? A pesar de las discusiones nunca  dejé de creer en ella, que aún así ella me seguía queriendo dijera lo que dijera. La cuenta atrás se activó. Tres... dos... uno...
Mis dedos se abalanzaron sobre el teclado del móvil y sin pensarlo le escribí dos tristes palabras. Te quiero. No me esperaba una contestación tan directa como la que me dio. Ella también me quería. Y allí fue cuando me y cuenta de que no hacían falta etiquetas para definirnos. No éramos pareja, pero tampoco éramos amigas. No estábamos juntas del todo, pero algo nos unía. No lo sabíamos del todo lo que queríamos, pero si que sabíamos que nos queríamos.
 -Para mí este día significa lo mismo que antes. Felices cuatro meses Yara.
 -Felicidades Diana. Buenas noches. –me despedí mas tranquila.
 -Buenas noches, te quiero.
 -Y yo a ti.

Al día siguiente me levanté a las seis de la mañana para ir a Barcelona con Evelyn, Gonzalo y Miriam. Necesitaba un cambio de aires y desconectar del mundo aún que eso fue imposible. Evelyn me preguntó qué me pasaba, y Miriam, preocupada me abrazaba con fuerza. Estaba enamorada, eso era lo único que ocurría, y eso me hacía sonreír y llorar al mismo tiempo.
 -Volverá Yara, ya verás como volverá –dijo Evelyn.
 -Lo sé.

Cuatro meses. Cuatro meses de lucha sin pausa por lo que queríamos. Cuatro meses a su lado, por así decirlo. Cuatro meses de sufrimiento por ser felices. Cuatro meses queriéndola abrazar a cada instante. Cuatro meses de lágrimas, sollozos, abrazos, besos, decisiones importantes, complicaciones, amor, pasión, placeres y valentía.

Cuatro meses con Diana, y los que quedaban por llegar.

miércoles, 26 de octubre de 2011

En el pozo de los recuerdos no hay ni amigos ni perdón.


Después de todo Evelyn pudo calmarme. Me dijo que lo que me dijo Diana podía ser cierto. La echaría tanto de menos... Sabía que era difícil lo que me proponía, pero debía luchar por ella, era lo único que podía hacer, estaba harta de rendirme una y otra vez.
 Pero ten cuidado –me advirtió.
 -Lo tendré, Evelyn.
Cuando decidí que ya había hablado lo suficiente sobre mi le pregunté por ella.
 -Pues como quieres que esté. No puedo olvidar a Bruno.
Bruno era un chico alto, moreno, apuesto. Él estuvo mucho tiempo enamorado de Evelyn mientras yo estaba con Eva, pero la cosa cambió cuando conoció a Paula, una chica rubia de pelo excesivamente largo y liso, de ojos verdes y piel clara. Iba conmigo en clase hacía un año, y fue la que apartó a Bruno de Evelyn. Empezaron a salir cuando Evelyn estaba dispuesta a entregarle su corazón. Desde que pasó eso, ella nunca levantó cabeza, aguantando día a día rota por dentro, y aún que ella me lo negara siempre, lloraba cada noche por él. Yo sabía que Bruno todavía la quería pero nunca lo afirmó por Paula.
 No tengo ganas de hablar del tema –dijo desanimada.
 Evelyn... ¿Por qué no le dices la verdad?
 -No, ya es tarde.
Se hizo un silencio incomodo y luego decidió hablar.
 -Tengo que colgar, mi madre me llama.
 -De acuerdo, te quiero.
 -Y yo.

La oscuridad se me comía por dentro, parecía que mi cabeza iba a estallar en cualquier momento. Los recuerdos se me clavaban en el fondo de mi corazón, todo era tan difícil y extraño... Me puse los auriculares intentando amortiguar así los golpes de dolor. Diana. Era lo único que sabía decir al abrir la boca.
Las lágrimas se esparcían humedeciendo el cojín, y el sudor frío me recorría la frente. Esa noche iba a serme difícil dormir, por el agridulce recuerdo de aquel beso que me dio en la estación y por otro lado estaba Eva, que intentaba hacerse un hueco en mi mente.
Lo evitaba, me esforzaba por hacerlo. Desde que le dije adiós intentaba olvidar el pasado y centrarme en el futuro, pero a veces me hundía, el dolor me derrotaba. Pero sabía que elegía bien al quedarme junto a Diana.
Os quiero a las dos por igual, le dije a Eva.
 -Yo sería capaz de dejarlo todo por ti, Yara. Dame una oportunidad de demostrar lo que siento por ti, es fácil elegir.
 -No puedo –mi corazón se iba desgarrando poco a poco, derramando manchas negras en mis sentimientos tan blancos hacia Diana –no puedo –repetí tan bajo que dudaba que me hubiera escuchado.
Levaba intentando no recordar cada noche, pero a veces pecaba de mi fragilidad y caía en el pozo negro de donde me sacó Diana.
Finalmente me dormí cuando ya amanecía. Media hora después sonó el despertador y maldecí los lunes. Me vestí, y me enfundé en mis bambas roídas, salí de casa sin desayunar y con mi mejor sonrisa de falsa felicidad.

lunes, 24 de octubre de 2011

Me hundo al saber que esta puede ser la ultima vez .


Estuvo un rato callada, inmóvil, como si el tiempo se hubiera congelado. Sentí que me había sacado una tonelada de presión encima, pero ella seguía sin moverse.
Quise suponer que esas palabras la habían dejado aturdida, sin saber qué decir.
 -Lo siento, no te lo tendría que haber dicho –susurré casi para mí.
Y de repente ella levantó la vista del punto en el infinito donde miraba, y me quiso decir algo, intentó hace como un gesto, una mueca intentando decir algo pero se echó para atrás. Sus dedos acariciaron mis mejillas encharcadas el lágrimas de dolor. Ella era mi vida, si ella me faltaba sabía que me perdería a mi misma. La otra mano, recorrió fría mi brazo, mi hombro, mi cuello y mi nuca. Tuve la sensación de que volaba cuando me tocaba, que me llenaba de vida, volvía a ser yo misma, ya estaba completa. Su pelo rubio y corto brillaba con los reflejos del sol del atardecer, ese sol rojizo y el cielo naranja lleno de rayos intentando huir de su murete, vencidos por la noche. Sus labios acariciaron los míos, finos como la tela de un vestido blanco en la orilla de la playa. Se movían acompasados con los míos, al ritmo de mi corazón, que parecía una bomba de relojería a punto de estallar en mil pedazos. Era tan perfecta... sus manos acariciándome el pelo, su pelo, su olor la misma que dejaba en mis sabanas esos mediodía en mis sabanas.
Todo el camino hasta la estación de buses se me hizo raro. No me cogía de la mano como antes, aún que me seguía mirando de esa manera que tanto me gustaba. Ya estaba oscuro el cielo y las luces de la calle se iban encendiendo poco a poco, ya no había casi gente por la calle, el frío del otoño se había apoderado de las aceras de Figueres.
Al ver el rojo de los rótulos de la estación a lo lejos e di cuenta de que se acercaba la despedida, puede que temporal o puede que eterna. No podía hacerme la idea de dejarla ir así sin mas.
 -Bueno, yo me quedo en el carril 1, ya lo sabes. –Dije medio titiritando del frío.
 -Toma –me acercó su chaqueta negra y me la extendió con el brazo derecho.
 -Gracias. ¿Nos volveremos a ver?
 -Cuando quieras.
 -Vale. Adiós Diana.
 -Adiós Yara.
Di media vuelta y me fui arrastrando los pies como si cada vez me costara mas alejarme de ella. De repente oí su voz en la lejanía y me giré. Diana vino corriendo detrás de mi hasta alcanzarme, se paró delante de mi y sin darme tiempo a preguntarle nada me cogió la cara y me besó. Fue un beso con muchos sentidos, demasiadas sensaciones al mismo tiempo bajo las luces de las farolas. Sentía felicidad al saber que eso no era un “adiós”, sino un “hasta luego”, sentía que ella también me quería, al menos conservaba algo de su antiguo amor que sentía por mi; pero por otro lugar, sentía que esa también podía ser la última vez que nos viéramos, sabía que sus padres no le dejarían verme y hasta le quitarían todos los medios para contactar conmigo. Sabía que todo estaba pendiente de un hilo, que en cualquier momento algo podía fallar.
Una voz por megafonía anunció la salida de mi autobús en cinco minutos.
 -Vete tranquila, nos volveremos a ver, te lo prometo.
Le acaricié la mejilla con el dorso de la mano y me fui directa al interior del autobús con la sensación de dejarme algo atrás muy importante.
En cuanto me senté en el ultimo asiento del vehículo me puse los auriculares y respiré hondo. Me esperaba un trayecto largo a casa.

Al cerrar la puerta de casa vino corriendo mi gata Lila, una gata preciosa de ojos amarillos y pelo negro. La acaricié y ella ronroneó. Saludé con desgana a mis padres y mi hermano pequeño y me fui a la habitación. Colgué la mochila en el perchero y me quité la chaqueta de Diana. Olía a ella. Después me puse el pijama y me coloqué la bata colgando de los hombros y me encaminé al salón, donde tuve que poner en práctica mis artes escénicas para coger el teléfono fijo disimuladamente. Una vez lo poseía me fui volando a la habitación. Teclee un numero de teléfono de memoria.
 -¿Si? –sonó una voz aguda por el auricular.
 -¿Evelyn?
 -Si, dime Yara.
 -Tienes que ayudarme, he hecho algo.
 -¿A qué te refieres? –su tono de voz cambió, parecía realmente preocupada por mi.
Evelyn era mi mejor amiga, rubia, de unos ojos azules grisáceos tan felinos como los de un tigre. Ella era la única que me sabía comprender cuando todo iba mal.
 -Diana.
 -Cuentamelo.

domingo, 23 de octubre de 2011

Siento decirte que sin ti deja de haber verano


Nos sentamos en un banco del enorme y verde parque lleno de pinares. Estar allí me mataba, ver como los recuerdos me bombardeaban la cabeza y me cegaban con buenos momentos, en los cuales yo todavía era feliz.
Tuve ocasión de decirle cuanto la echaba de menos en cuanto nos paramos delante de “nuestro” banco, pero siempre había sido una cobarde y eso no iba a cambiar jamás. Quería decirle lo mucho que pensaba en ella, quizás mas de lo que debía pero eso sería rebajarme a el nivel que ella esperaba de mí, así que decidí callar simplemente por el orgullo que envolvía mi corazón y la cobardía que me estrangulaba y no me dejaba ni respirar.
 -Ven, siéntate aquí. –me dijo sin mirarme a los ojos.
Yo lo hice sin pensarlo si quiera. Ése era el momento perfecto, era allí donde debía cogerle de la mano, pero ella habló antes:
 -Te echare de menos Yara.
Se me paró el corazón, sentí que la respiración se me entrecortaba y el pulso se me disparaba. Hazlo. Venga, tu puedes; pensé.
 -Yo también a ti Diana... –no sabes tu cuanto.
Me miró a los ojos y yo aparté la vista d sus ojos de caramelo. Sentía que si la miraba directamente a los ojos podía saber lo que realmente pensaba en ese momento por tonta que fuera esa teoría. Sentía que me podía desnudar el alma con solo rozarme la piel.
 -No sé cómo hemos llegado a esto... –no quiero perderte Diana.
 -Las cosas son como son... tu te besaste con Eva y no me dijiste nada hasta que pasó un mes. Yo también la cagué con Bea, pero lo hecho echo está.
 -¿Porqué? Yo estaba dispuesta a perdonártelo pero aún así no quieres estar a mi lado. –Empezaba a poner las cartas sobre la mesa, tragándome el miedo y el orgullo. Tenía que ser valiente, aún que fuera solo una vez en la vida. Tenía que echarle todo el valor que nunca había tenido para nada.
 -Necesito tiempo.
Fue lo único que contestó. Lo demás fue silencio. ¿Porqué era tan complicado de ver que nadie la querría tanto como yo? Con ella sentía que ya no tenía miedo de nada, que me podía comer el mundo, que con ella era capaz de enfrentarme a todo lo que se me pusiera por el medio. No me daba miedo decir que estaba enamorada de una chica. Hacía un año que me gustaban, pero nunca tuve el valor de aceptarlo en público hasta que conocí a Diana.
Habían habido otras chicas en el pasado, pero nunca conocí a nadie como ella. Estuve enamorada locamente de Eva, que creí que con ella todo tendría sentido, que con ella sería feliz, pero ella no hacía mas que salir con otras chicas de Barcelona, sin importarle mis sentimientos. Pero yo la quería tanto... hubiera dado lo que fuera por ella, para que me dijera “te quiero” después de besarme, pero solo quedaba la soledad y un invierno cada vez mas largo. Pero de repente llegó el verano, llegó Diana a mi vida y ella lo cambió todo. Las flores florecieron, las nubes se separaron y dejó de llover dentro de mi, el fuego resucitó de las cenizas de un corazón lleno de heridas, sin vida.
Pero en ese momento Eva supo lo que había perdido, y volvió a por mi. Tuve que debatirme entre el pasado oscuro que tuve o  el futuro verano que me esperaba. No miento al decir que no quise a Eva, incluso cuando empecé a entregarme poco a poco a Diana. La quería, y no lo niego, pero Diana supo llenar el vacío que dejo Eva al pedirle que se fuera y que no volviera. Supe aprender a vivir sin Eva, a pesar de lo que me dolió decirle adiós, y me olvidé por completo. Entonces me di cuenta de que me había enamorado de Diana. Pero todo fue mal cuando le dije que me despedí de Eva con un beso entre lágrimas y mentiras. Desde ese momento nada fue igual que antes, ella lloraba de rabia, yo lloraba de pena, y Eva lloraba de soledad.
Después de cortar y volver, Diana me confesó que se había liado con Bea, y eso fue lo que nos izo separarnos del todo, como dos cuerpos a la deriva de un futuro destino incierto.
Yo quería volver a su lado, me sentía como un perro a sus pies, pero era la verdad. Ella me quería olvidar, puede que por dolor, o puede que porque ya no sentía lo mismo por mi. Pero yo lo veía reflejado en sus ojos, allí, sentada en el banco mirando al suelo. Podía ver que algo por dentro le quemaba pero que callaba no sabía por qué motivo.
 -Diana, he de decirte algo.
 -Dime. –levantó la vista y me miró directamente a los ojos.
 -Te amo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Cuando te sangran las rodillas después de caer al suelo.

Me desperté desorientada. La cabeza me ardía u mis ojos recibían golpes de luz al abrirlos. Me venían recuerdos vagos de lo que pasó la noche anterior. Recordaba la musica taladrándome los tiímpanos y cuerpos moviendose arriba y abajo de la pista. Cuerpos en sudor y pies pisando el suelo con intención de hundir el suelo lleno de excesos.
Me acuerdo de los baños, donde había una chica de pelo largo y rubio que no se encontraba muy bien. Recuerdo a un chico, que bailaa detrás mio juntando sus manos en mi cintura. De ahí me situé en mi cama, nosé ni como llegué ni en que estado. La resaca hablaba por mi, un dolor de cabeza inhumano. Menos mal que era domingo y podía descansar.
De repente mi movil empezó a vibrar. Miré el contacto, y era Diana. No tenía ganas de hablar con ella la verdad, estaba de mal humor y no quería ponerme peor al oírla. No la odiaba, es más, la quería demasiado y odiaba que desde todo lo que pasó. Podía hacer ver que no había oído el movil, y hacerme la tonta diciendole que estaba ocupada haciendo vete tu a saber qué. Pero por otro lado necesitaba hablar con ella.
 -¿Yara? -contstó Diana al descolgar la llamada.
 -Si, dime, esque estaba durmiendo.
 -Ah, perdona no qería molestarte. ¿Como estas? -en el fondo sabía que no le importaba haberme despertado, en realidad le gustaba que fuera su voz la primera que oyera al lebantarme.
 -Bien, con no muy buen humor pero bien, ¿y tu?
 -Bien, bien. Hoye, hoy qudamos ¿verdad?
 -Claro, a las cuatro como siempre en la plaza de el ambulatorio.
-Guay, pues nada te dejo dormir. -dijo satisfecha de obtener la respuesta que quería.
Me despedí y me puse una camiseta. Algo me decía que hoy era el comienzo de una lucha con algo inevitable.

Después de enfundarme en unos tejanos rojos y calzarme en mis habituales bambas roídas salí de mi habitaión. Mi madre me esperaba en la cocina, preparandose para acribillarme a preguntas. Ruth era terriblemente controladora, obsesiva del orden y prefeccionista en todo. Tenía el pelo negro y largo y era algo rellenita. ¿Qué excusa le hiba a poner hoy? Cada vez era mas difícil quedar con Diana sin que lo supiera. Si ella supiera que todas las veces que había bajado a la ciudad era para verla ya me hubiera puesto en un internado o algo asín. Siempre he sabido que mi madre me consideraba una enferma mental. Estaba acostumbrada.
Intenté parecer natural cuando me preguntó a donde iba y con quién.
-He quedado con Evelyn. -mentía.
-¿Evelyn? pensaba que estaba en Barcelona este fin de semana.
-No, al final se queda con su madre que tiene que ayudarla con la mudanza de la casa.
-¿Y a donde vas? -insistió.
-A Figueras, con ella y unas amigas de por allí. Mamá me voy que sino no cogeré el bus a tiempo. -e di un beso y desaparecí hantes de que pudiera contestarme on una replica mas.

El viaje se me izo largo, necesitaba verla, aún que fuera para hacerme más daño a mi misma. Cada vez que la veía era como una tortura, una procesión de dolor por dentro de mis entrañas. Insufibles nerbios.
El autobús paró y abrió las puertas. Cogí la mochila que llevaba siempre conmigo y bajé del automóbil. al pisar los pies de la plaza del ambulatorio empezé a rezar todas las oraciones que me sabía de memoria para que mis piernas no me fallaran no quería caerme al suelo, aún que el dolor del impacto con el frío suelo sería mucho más agradable que no el dolor que  me causaba su presencia, sus ojos color miel mirandome sentada desde el banco de enfrente. Caminé hacia ella, con la sensación de dar un paso hacia delante y dos hacia detrás. Todavía la quería después de todo. No la quería, la amaba como a nadie había amado. Lo habría dado todo por ella si me hubiera dado la oportunidad, pero como siempre, sentía que llegaba tarde una vez más. Me planté ante ella y ella se lebantó. Me dió un beso en la mejilla, qué triste.
-Hola, ¿hace tiempo que me esperas? -mi pregunta tenía doble sentido, pero ella pareció no darse cuenta.
-No, acabo de llegar. ¿Vamos? -me dijo mirando para el enorme parque de árboles inmensos detrás de unos edificios. Era el parque donde nos comimos el helado esa tarde de verano, donde nos besabamos, cuando ella todavía me quería.
No dije nada, simplemente la seguí. Ese fué el momento en que supe que en algun momento estallaría mi corazón, y cuando pasara, ya no habría marcha atrás.