lunes, 9 de enero de 2012

Antes de ser tu reflejo, tenía el mío própio.


El vomito me sube por la garganta, me quema la laringe, y mis pulmones se contraen y se dilatan. Me duele el estomago, y la cabeza me da vueltas. Me mareo y me apoyo a la pared. Cierro la puerta de un codazo y me miro al espejo. Me miro directamente a los ojos, como si mirara una persona que desconozco. Clavo mis pupilas en los ojos negros de la chica desconocida. Tiene ojeras de no haber dormido en varias noches. Tiene la piel demacrada y en vez de una sonrisa, una especie de mueca. Sus manos están frías. Junto mi mano derecha con su mano que se alzan al mismo tiempo. “¿Quién eres?”. No contesta. Veo que le caen dos gotas negras de cada pozo dentro de sus ojos. “¡Contéstame!”. Intento evadirme de la rabia que de repente me invade por dentro. Yo he visto antes esa chica, pero era diferente la ultima vez que la vi.
Ella tenía una sonrisa bonita, y un negro brillante en cada ojo. Tenía un pelo lacio y pelirrojo y las manos eran finas. Tenía color en sus mejillas y unos pómulos que la caracterizaban. Era como una niña pequeña, con un corazón enorme y rojo como el fuego, ardiente de un fuego que renacía una y otra vez como el ave Fénix. “Pero... ¿Qué te han hecho?” y la chica demacrada bajo la vista. Me la quedé mirando, quería abrazarla, decirle que todo iría bien. Ella lloraba, y yo también. ¿Qué habían hecho con esa niña? ¿Porqué sentía tanto dolor?. Le pregunté como se llamaba, y me habló sin soltar palabra, como si intentara gritar a pleno pulmón y aún así no podía escucharla. Ella se esforzaba por hablarme, alertada, con el pánico escrito en los ojos, sentía dolor y pena, como si ya no supiera ni quién era y buscara las respuestas en mi. De repente me acordé de su nombre, cuando la conocí cuando tan solo era una niña. Nayara. Ella se llamaba Nayara. “¿Yara?”. No me contestó, simplemente me siguió gritando silenciosamente.  Me miraba con odio, como si fuera mi culpa que estuviera así de mal. Y de repente salió del espejo y me agarró el cuello con dos manos frías como el hielo, asta clavarme las uñas como cristales. Y me dijo, “¿Es que ya no te acuerdas de mi, Layla? ¿No me recuerdas?”.
Ella me ahogaba, me atormentaba y me dejaba sin respiración. Yo lloraba, no entendía nada, el corazón iba menguando sus latidos. Y de repente me empujó y me izo caer al suelo estampando mi silueta débil en el mármol de las baldosas de mi habitación. Y vi que Yara se iba desvaneciendo en su reflejo, pero antes me susurró “Tu antes eras feliz”.


Layla.

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