miércoles, 2 de noviembre de 2011

No tengo ganas de morir, pero tampoco me quedan motivos para seguir viviendo.

No sabia donde ir. Estaba asustada, perdida, desorientada. Mi madre quiso evitarlo, se puso delante de la puerta con los ojos bañados en lágrimas.
 -Por favor Nayara, no te vayas.
 -Déjame en paz, ya no aguanto mas aquí dentro –cogí la puerta y me fui corriendo.
Todo estaba oscuro, y no sabia donde podía ir. Diana se había ido con Bea otra vez. Me sentía tan estúpida de haberla creído, tan idiota... No podía sostenerme en pie a penas, el frío se me clavaba en el fondo de los huesos. Todo me parecía irreal. Los gritos de mi padre, la sangre en la boca del golpe que me dio, mi madre, Diana... todo me venía de golpe. Ahora solo quería huir.

Llamé al timbre dos veces y Evelyn me abrió la puerta. En cuanto me vio supo que nada iba bien. No le dio tiempo a hablar, me abalancé a sus brazos sollozando, gritando, suplicando que esa tortura acabara ya, ese fuego que me consumía por dentro hasta matarme. Quería arrancarme el corazón del pecho para dejar de sufrir, sentía que no merecía la pena vivir mas. Diana ya tenía a Bea, era lo que ella quería. Ahora ella era feliz. Y ahora la que se ahogaba en ansiedad y dolor era yo. Era una víbora que me comía por dentro hasta dejarme sin respiración y lágrimas.
Estuvimos en su cuarto, y hablé con Diana, suplicándole que volviera. Pero entonces me di cuenta de todo. Me había estado mintiendo durante todo este tiempo, me había prometido que volvería conmigo en cuanto estuviera mejor, me había jurado de que lo nuestro sería para SIEMPRE. Y todas esas promesas ella sabía que nunca las cumpliría, y aún así me tubo engañada, creándome esperanzas, y yo confiando en ella y en que no volvería a suceder nada con Bea, que me quería a mi y sería incapaz de volver a cometer el mismo error. Que engañada estaba.
 -Yara, déjala ir, ¿no te das cuenta del daño que te está haciendo? Lo único que quiere ahora es estar con Bea, ella no te quiere,  dudo que te haya querido alguna vez. No te merece Yara, no te veía así de mal desde... –la mire a los ojos y calló. Sabía perfectamente que iba después del “desde”. Eva. Era ella la que me izo daño, me utilizó como un pasatiempo quizás, pero que yo recuerde ella nunca me mintió. Siempre me dijo lo que había y aún así la quería. Nunca me dijo te quiero hasta que no lo sintió, nunca me preguntó porque el corazón me iba tan rápido porque ella sabia la respuesta. Nunca me prometió cosas que no cumpliría, pero tampoco me dio el cariño que me dio Diana. Nunca me dijo as cosas tan bonitas que me dijo. Quizás fueran todo mentiras, pero en ese momento puedo jurar que fui la persona mas feliz del mundo.
Pero ella prefería a Bea. Ella le prometía cosas que yo no le di, cosa que dudo, porque yo lo di todo por ella. TODO.

Salí de casa de Evelyn dándole un beso y un abrazo, y me fui calle arriba. Sabía perfectamente dónde tenía que ir en esos momentos. Fui dirección a la plaza del pueblo y subí por unas escaleras. Fui directa al banco donde nos despedimos Eva y yo esa noche. Todo parecía igual que entonces. De repente cerré los ojos y oí su voz.
 -Te dije que Diana te aria daño. Mírate ahora Yara, te has escapado de casa y quieres morirte porque sientes que te duele demasiado, Yo no te hubiera hecho nunca eso.
 -¡Eso es mentira! –grité.- Tu me hiciste daño Eva, y ella me dio el amor que tu nunca me diste.
 -Ya lo veo ya, a base de mentiras.
Abrí los ojos y respiré hondo. En el fondo tenía razón, a base de mentiras fui la chica mas feliz del planeta. Mis ojos ya no querían llorar mas, ya no les quedaba lágrimas que soltar. Ya era tarde para mentirme a mi misma y autoconvencerme de que yo no quería a Diana. Ya era demasiado tarde, y el dolor aumentaba cada vez que imaginaba a Diana con Bea, entre risas y besos de falso amor. Lo único que podía pensar en ese momento, fue que yo decidí sufrir por ella, yo fui la que eligió quererla a ella, y entregar mi corazón confiando en que nunca me haría daño. De repente me levanté con los ojos empañados y empecé a correr. Corrí y corrí por los campos oscuros, y los huertos llenos de piedras, corrí como la última vez que besé los labios de Eva, corrí como esa noche que sentía dolor corriendo por mis venas. Corrí deseando llegar hasta donde estuviera ella, y gritarle porqué yo, preguntarle que tenía Bea que no le pudiera dar yo, que porqué me había mentido sin tener en cuenta mis sentimientos.

Llegué a casa de Gonzalo a las diez y media de la noche, y me dijo que diéramos una vuelta. Mi amigo, alto, con e pelo rojo y de aires tristes supo comprender por lo que pasaba en ese momento.
 -¿A donde quieres ir? –me preguntó.
 -Al cementerio, todavía es el día de los difuntos, y quiero ir allí, es el único sitio donde se que hay paz.
 -Vale, vamos. –cogió mi mano en la oscuridad y, aún que sabía que para él significaba algo distinto el cogerme de a mano, me dio igual.

En el cementerio estuvimos hablando sobre Diana y mis padres. Admití que la echaba de menos, que nunca la olvidaría, y que a partir de ese día nada volvería a ser igual. Ya nadie podía hacerme feliz. Le dije que todavía tenía esperanzas de que algún día, dentro de unos meses me llamara y me dijera que quería mi amistad, aún que solo fuera eso yo ya sería feliz de nuevo.

Acabamos bebiendo vodka negro en el coche, poniéndonos ciegos de alcohol, haber si de esa manera podía curar algunas heridas de as mil que me izo Diana. Tenía miedo de quedarme a solas con mis pensamientos porque sabía que la tortura continuaría.

Llegué a las dos de la mañana a casa. Nadie me dijo nada, nadie me había echado de menos. Legué a mi habitación. No me molesté en abrir la luz. Me desnudé y me metí en la cama, y entonces lo noté. Los fantasmas de los recuerdos volvían al acecho para no dejarme dormir, derramado lágrima tras lágrima, hasta que comprendiera que Diana no me quiso, y que ahora junto a Bea si que sería feliz, que me olvidaría rápido y que sería simplemente para ella, una chica mas, que se enamoró de ella y ella de la chica no.

Yo no quiero morir, pero tampoco me quedan razones para seguir viviendo, porque la única razón que tenía, me dejó por un corazón de trece años sin saber que nadie la va a querer tanto como yo la quise y, obviamente, la sigo queriendo ahora.

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