Era preciosa, respiraba con tranquilidad entre las sabanas blancas, las cuales fueron invadidas por un arrebato de pasión, amor y deseo en mitad de la madrugada. De repente esos ojos castaños se abrieron y me enfocaron en una mirada desorientada y confusa.
-Sigues aquí.
-Si señora, hasta que usted no me lo pida no me iré de su lado.
-Nos pueden ver aquí desnudas, ¿no te da miedo?
-No si me arriesgo por usted.
De repente una avalancha de recuerdos bombardearon mi cabeza hasta hacerme perder en la oscuridad de esa noche llena de luz. La miré y parecía una rosa marchitada, llena de polvo, pero aún así tan bella... sus ojos parecían decirle a ella misma que lo que estaba haciendo no estaba bien.
-¿Que le ocurre?
-No.
y se levantó de la cama con su cuerpo expuesto ante mis ojos.
-No podemos seguir viéndonos, Ale.
-¿Por qué?
-Porque esta mal.
Me levanté yo también y ella se apartó.
-No me toques.
-Lo he hecho toda la noche señora, puedo seguir haciéndolo ahora.
La cogí del brazo y ella se resistió.
-Miradme Julie.
-¡No!
-Miradme a los ojos y decidme si os miento cuando os digo que os quiero.
-Ya es tarde para eso.
-Nunca es tarde.
Ella se tranquilizó y se aferró a mi pecho en un abrazo que hablaba mas que mil palabras salidas de su boca o de la mía.
-¿Y si nos ven?
-Nadie tiene porqué vernos, solo estamos vos y yo señora.
-Tienes que alejarte de mi, debo irme o te haré daño tarde o temprano, y algo me dice que será mas temprano que tarde.
-Me gustaría entenderos.
-No puedes y nunca podrás.
-Pero yo le amo señora, ¿que mas puedo darle para hacerle feliz?
-No puedes darme nada, porque no se ni lo que quiero en este momento.
-¿Ah no?
-No.
Me acerqué a ella muy poco a poco para no asustarla. Parecía un zorro recién cazado, temeroso de todo ruido, de todo movimiento. Le cogí de la cintura y le acaricié la cara. Mis labios se acercaron tanto a los suyos que el aire que yo soltaba ella lo respiraba como si intercambiábamos suspiros de nuestras almas. Me acerqué tanto a su cuerpo que pude percibir su pulso acelerado, ansioso por el deseo que tenía en ese momento.
-¿Y ahora?
-No.
Le rocé con mis labios y ella no dijo nada.
-Julie, sé que deseáis.
-Eso no es cierto.
La estiré a la cama poco a poco, como si fuera de cristal y en cualquier momento fuera a estallar en mil pedazos. Le besé el cuello los hombros y los pechos.
-Me deseáis.
-Oh Ale para, por favor.
Le besé la barriga y el hueso de la cadera. Los muslos y ella rompió el silencio de repente.
-Ale, te deseo.
Y tras esas palabras un grito de placer inició otro día mas contigo.
Julie.
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