lunes, 9 de abril de 2012

Como una rosa marchita, llena de polvo, pero tan bella,,,

Era preciosa, respiraba con tranquilidad entre las sabanas blancas, las cuales fueron invadidas por un arrebato de pasión, amor y deseo en mitad de la madrugada. De repente esos ojos castaños se abrieron y me enfocaron en una mirada desorientada y confusa.
-Sigues aquí.
-Si señora, hasta que usted no me lo pida no me iré de su lado.
-Nos pueden ver aquí desnudas, ¿no te da miedo?
-No si me arriesgo por usted.
De repente una avalancha de recuerdos bombardearon mi cabeza hasta hacerme perder en la oscuridad de esa noche llena de luz. La miré y parecía una rosa marchitada, llena de polvo, pero aún así tan bella... sus ojos parecían decirle a ella misma que lo que estaba haciendo no estaba bien.
-¿Que le ocurre?
-No.
y se levantó de la cama con su cuerpo expuesto ante mis ojos.
-No podemos seguir viéndonos, Ale.
-¿Por qué?
-Porque esta mal.
Me levanté yo también y ella se apartó.
-No me toques.
-Lo he hecho toda la noche señora, puedo seguir haciéndolo ahora.
La cogí del brazo y ella se resistió.
-Miradme Julie.
-¡No!
-Miradme a los ojos y decidme si os miento cuando os digo que os quiero.
-Ya es tarde para eso.
-Nunca es tarde.
Ella se tranquilizó y se aferró a mi pecho en un abrazo que hablaba mas que mil palabras salidas de su boca o de la mía.
-¿Y si nos ven?
-Nadie tiene porqué vernos, solo estamos vos y yo señora.
-Tienes que alejarte de mi, debo irme o te haré daño tarde o temprano, y algo me dice que será mas temprano que tarde.
-Me gustaría entenderos.
-No puedes y nunca podrás.
-Pero yo le amo señora, ¿que mas puedo darle para hacerle feliz?
-No puedes darme nada, porque no se ni lo que quiero en este momento.
-¿Ah no?
-No.
Me acerqué a ella muy poco a poco para no asustarla. Parecía un zorro recién cazado, temeroso de todo ruido, de todo movimiento. Le cogí de la cintura y le acaricié la cara. Mis labios se acercaron tanto a los suyos que el aire que yo soltaba ella lo respiraba como si intercambiábamos suspiros de nuestras almas. Me acerqué tanto a su cuerpo que pude percibir su pulso acelerado, ansioso por el deseo que tenía en ese momento.
-¿Y ahora?
-No.
Le rocé con mis labios y ella no dijo nada.
-Julie, sé que deseáis.
-Eso no es cierto.
La estiré a la cama poco a poco, como si fuera de cristal y en cualquier momento fuera a estallar en mil pedazos. Le besé el cuello los hombros y los pechos.
-Me deseáis.
-Oh Ale para, por favor.
Le besé la barriga y el hueso de la cadera. Los muslos y ella rompió el silencio de repente.
-Ale, te deseo.
Y tras esas palabras un grito de placer inició otro día mas contigo. 



Julie. 

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