viernes, 6 de abril de 2012

Yo también me quedé contigo a gritar.

Empecé a correr entre los altos y sombríos árboles. Cogí el cuchillo que tenía entre las manos envuelto en un paño blanco y me paré en medio del bosque. Cogí mis faldas y empecé a clavarlo en ellas y desgarrarlas hasta que me llegaron por las rodillas para poder correr bien. Ya no importaba nada. Seguí corriendo hasta que me ardieron los pulmones y parecía que el corazón me iba a salir por la boca junto con todos los órganos de alrededor. Me paré en seco y caminé lentamente por el muelle de madera hasta el final y allí me senté, viendo mi reflejo en el agua del lago con el cuchillo entre las manos. Que llegara la noche era tan inminente como la muerte que me acechaba entre mis propias manos. El atardecer era precioso, y empezaba a hacer frío. Cogí e arma blanca y con un gesto tan rápido como un latido del corazón desgarró mi piel del antebrazo. La sangre no tardó en empezar a teñir el agua de rojo y mi vestido azul cielo. Mire el sol rojizo como se desvanecía entre las montañas y me dejaba en plena oscuridad. Mis ojos empezaron a llorar, y no pude evitar pensar en ella. Su pelo marrón tan oscuro como mi alma y sus manos... sus labios rosados como sus mejillas. Dios, era preciosa. Las noches que habíamos hecho locuras, nos habíamos querido como nadie pero no aguantaba más. Todo eso desapareció, tuve que abandonar el juego por las dos. Sin darme cuenta noté que los ojos se me cerraban y mi cuerpo se abalanzaba hacia el agua donde allí mi alma se perdió. Oí mi nombre, y un grito desgarrador del silencio que me rodeaba. Era ella, acariciándome la cara, pidiéndole a Dios que me trajera de nuevo. Quise articular palabra, quise decirle lo mucho que la quería, que lo había hecho por las dos, y porque seguir con lo nuestro no tenía sentido. Ella lloraba, gritaba y sollozaba desesperada, y no se por que razón sentí que yo no era la única que estaba perdiendo la vida. Algo dentro de mis entrañas moría también pero nunca supe el qué. “No te vayas por favor...”, me susurraste cerca de mi oreja entre mi pelo mojado y mis ojos cerrados, ya muertos. “Te quiero Julie, siempre te he querido y eso nunca nadie lo va a cambiar. Te juro que te encontraré, si no es ahora será en otra vida, pero te seguiré buscando hasta el fin de mi existencia con tal de estar contigo”, y me besó la frente y los labios. Me acarició el pecho buscando los latidos de un corazón que hacía ya minutos que no bombardeaba sangre. Sí, en parte si me despedí, y entendí esas palabras perfectamente pero me fui después de besarle el pelo que le caía por la sien. Y me fui mientras escuchaba sus gritos de desesperación. Yo también quise gritar y también lo hice con ella hasta que nos invadió la negra noche de la que nunca me despertaría.

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