domingo, 30 de octubre de 2011

Ojos que no ven, corazón que no siente.


Al llegar a clase vi ojeras en las caras de mis compañeros, algunos todavía iban con gafas de sol o resaca. Un fin de semana movido.
 -¡Yara! –me taparon los ojos con dos manos inhumanamente heladas. Deduje por su temperatura que era Alexia, no muy alta, con el pelo perfectamente ondulado, ojos grandes y casi tan oscuros como los míos. Y con un gran sentido para la danza.
 -Alex, ¿quieres hacer el favor de quitarme tus manos de la cara?
 -Siempre sabes que soy yo... ¡No se vale! –dijo indignada por mi acierto.
Me reí y ella me dio una colleja. Cinco minutos mas tardes después entró el profesor de castellano y me acomodé en la silla, dispuesta a dormir hasta que acabara su exposición sobre “el Mío Cid”.

Pasaron todos los días de la semana iguales, rompiéndome por las noches pensando en Diana, y durmiendo en las clases lo que por la noche no descansaba. Las cosas habían cambiado, hasta mejorado con Diana. Quedábamos por Figueres por las tardes, hasta la acompañé a hacerse unas fotos. Por la calle me sonreía y yo era feliz al verme junto a ella como unos meses atrás. Eva había desaparecido de mi vida, ya ni la veía y eso era bueno, ya casi ni me dolía pensar en ella, ya no se me aceleraba el corazón en pensar que seguía enfadada conmigo por haberle dado una oportunidad a Diana. Todo parecía estar en su sitio de nuevo hasta que me di cuenta de que se acercaba un día. El día.
Me hundí de golpe y porrazo. ¿Qué éramos Diana y yo? ¿volvíamos a estar juntas? ¿y qué pasaba conmigo?¿ y si volvía Bea en su vida?
Me armé de valor y se lo pregunté por el chat.
 -Diana, ¿tu y yo qué somos?
 -Amigas.
Una oleada de dolor me apuñaló sin piedad por la garganta hasta que me izo llorar de rabia. Rabia por que eso siempre me había dolido. Me veía como una simple y vulgar amiga. De esas que saludas cuando no tienes nada mejor que hacer, con la que quedas para ir de compras o tomar algo en un café. Me dolía en el alma pero tenía que aguantar, no podía dejar que viera que le daba tanta importancia.
 -Las amigas no se dicen te quiero, o se besan.
 -Ya lo se. –se quedó callada y luego se atrevió a decirme un simple “no sé que decirte”.
Esas palabras eran peor que el hacerse uno mismo el haraquiri.
Sabía perfectamente que dentro de unas horas volvería a ser día veintinueve. Ya me había hecho una idea de lo que me esperaba esa noche, una tortura llenos de fantasmas del pasado torturando mi pobre cabeza ya taladrada por el dolor.

Esa noche no cené apenas nada, y me fui a dormir. Después de discutirme con Diana nunca tenía ganas de nada. La marcha atrás ya se había disparado y el cronómetro luchaba contrarreloj. Faltaban apenas unos minutos para las doce de la noche, y yo seguía llorando arrastrando por el cojín las gotas cristalizadas que salían de mis lagrimales. ¿Sería capaz de decirle cuanto la quería esa noche? A pesar de las discusiones nunca  dejé de creer en ella, que aún así ella me seguía queriendo dijera lo que dijera. La cuenta atrás se activó. Tres... dos... uno...
Mis dedos se abalanzaron sobre el teclado del móvil y sin pensarlo le escribí dos tristes palabras. Te quiero. No me esperaba una contestación tan directa como la que me dio. Ella también me quería. Y allí fue cuando me y cuenta de que no hacían falta etiquetas para definirnos. No éramos pareja, pero tampoco éramos amigas. No estábamos juntas del todo, pero algo nos unía. No lo sabíamos del todo lo que queríamos, pero si que sabíamos que nos queríamos.
 -Para mí este día significa lo mismo que antes. Felices cuatro meses Yara.
 -Felicidades Diana. Buenas noches. –me despedí mas tranquila.
 -Buenas noches, te quiero.
 -Y yo a ti.

Al día siguiente me levanté a las seis de la mañana para ir a Barcelona con Evelyn, Gonzalo y Miriam. Necesitaba un cambio de aires y desconectar del mundo aún que eso fue imposible. Evelyn me preguntó qué me pasaba, y Miriam, preocupada me abrazaba con fuerza. Estaba enamorada, eso era lo único que ocurría, y eso me hacía sonreír y llorar al mismo tiempo.
 -Volverá Yara, ya verás como volverá –dijo Evelyn.
 -Lo sé.

Cuatro meses. Cuatro meses de lucha sin pausa por lo que queríamos. Cuatro meses a su lado, por así decirlo. Cuatro meses de sufrimiento por ser felices. Cuatro meses queriéndola abrazar a cada instante. Cuatro meses de lágrimas, sollozos, abrazos, besos, decisiones importantes, complicaciones, amor, pasión, placeres y valentía.

Cuatro meses con Diana, y los que quedaban por llegar.

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