lunes, 24 de octubre de 2011

Me hundo al saber que esta puede ser la ultima vez .


Estuvo un rato callada, inmóvil, como si el tiempo se hubiera congelado. Sentí que me había sacado una tonelada de presión encima, pero ella seguía sin moverse.
Quise suponer que esas palabras la habían dejado aturdida, sin saber qué decir.
 -Lo siento, no te lo tendría que haber dicho –susurré casi para mí.
Y de repente ella levantó la vista del punto en el infinito donde miraba, y me quiso decir algo, intentó hace como un gesto, una mueca intentando decir algo pero se echó para atrás. Sus dedos acariciaron mis mejillas encharcadas el lágrimas de dolor. Ella era mi vida, si ella me faltaba sabía que me perdería a mi misma. La otra mano, recorrió fría mi brazo, mi hombro, mi cuello y mi nuca. Tuve la sensación de que volaba cuando me tocaba, que me llenaba de vida, volvía a ser yo misma, ya estaba completa. Su pelo rubio y corto brillaba con los reflejos del sol del atardecer, ese sol rojizo y el cielo naranja lleno de rayos intentando huir de su murete, vencidos por la noche. Sus labios acariciaron los míos, finos como la tela de un vestido blanco en la orilla de la playa. Se movían acompasados con los míos, al ritmo de mi corazón, que parecía una bomba de relojería a punto de estallar en mil pedazos. Era tan perfecta... sus manos acariciándome el pelo, su pelo, su olor la misma que dejaba en mis sabanas esos mediodía en mis sabanas.
Todo el camino hasta la estación de buses se me hizo raro. No me cogía de la mano como antes, aún que me seguía mirando de esa manera que tanto me gustaba. Ya estaba oscuro el cielo y las luces de la calle se iban encendiendo poco a poco, ya no había casi gente por la calle, el frío del otoño se había apoderado de las aceras de Figueres.
Al ver el rojo de los rótulos de la estación a lo lejos e di cuenta de que se acercaba la despedida, puede que temporal o puede que eterna. No podía hacerme la idea de dejarla ir así sin mas.
 -Bueno, yo me quedo en el carril 1, ya lo sabes. –Dije medio titiritando del frío.
 -Toma –me acercó su chaqueta negra y me la extendió con el brazo derecho.
 -Gracias. ¿Nos volveremos a ver?
 -Cuando quieras.
 -Vale. Adiós Diana.
 -Adiós Yara.
Di media vuelta y me fui arrastrando los pies como si cada vez me costara mas alejarme de ella. De repente oí su voz en la lejanía y me giré. Diana vino corriendo detrás de mi hasta alcanzarme, se paró delante de mi y sin darme tiempo a preguntarle nada me cogió la cara y me besó. Fue un beso con muchos sentidos, demasiadas sensaciones al mismo tiempo bajo las luces de las farolas. Sentía felicidad al saber que eso no era un “adiós”, sino un “hasta luego”, sentía que ella también me quería, al menos conservaba algo de su antiguo amor que sentía por mi; pero por otro lugar, sentía que esa también podía ser la última vez que nos viéramos, sabía que sus padres no le dejarían verme y hasta le quitarían todos los medios para contactar conmigo. Sabía que todo estaba pendiente de un hilo, que en cualquier momento algo podía fallar.
Una voz por megafonía anunció la salida de mi autobús en cinco minutos.
 -Vete tranquila, nos volveremos a ver, te lo prometo.
Le acaricié la mejilla con el dorso de la mano y me fui directa al interior del autobús con la sensación de dejarme algo atrás muy importante.
En cuanto me senté en el ultimo asiento del vehículo me puse los auriculares y respiré hondo. Me esperaba un trayecto largo a casa.

Al cerrar la puerta de casa vino corriendo mi gata Lila, una gata preciosa de ojos amarillos y pelo negro. La acaricié y ella ronroneó. Saludé con desgana a mis padres y mi hermano pequeño y me fui a la habitación. Colgué la mochila en el perchero y me quité la chaqueta de Diana. Olía a ella. Después me puse el pijama y me coloqué la bata colgando de los hombros y me encaminé al salón, donde tuve que poner en práctica mis artes escénicas para coger el teléfono fijo disimuladamente. Una vez lo poseía me fui volando a la habitación. Teclee un numero de teléfono de memoria.
 -¿Si? –sonó una voz aguda por el auricular.
 -¿Evelyn?
 -Si, dime Yara.
 -Tienes que ayudarme, he hecho algo.
 -¿A qué te refieres? –su tono de voz cambió, parecía realmente preocupada por mi.
Evelyn era mi mejor amiga, rubia, de unos ojos azules grisáceos tan felinos como los de un tigre. Ella era la única que me sabía comprender cuando todo iba mal.
 -Diana.
 -Cuentamelo.

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