jueves, 15 de marzo de 2012

A mi querida Marien.

El andén estaba vacío. Había niebla en cada rincón y las vías se desdibujaban en la infinidad blanca de la niebla y el cielo grisáceo. Todos los bancos, testigos del paso del tiempo y roídos cada día un poco mas, estaban solos, esperando a que llegara el próximo tren lleno de almas perdidas en busca de paz en algún sitio inhóspito de este mundo. En una esquina, debajo de un cartel donde ponía “estación” habían dos ancianos abrazados sacando entre sus labios arrugados pequeños suspiros de bao a causa del frío que se perdían en la infinidad del ambiente.
Sus cabellos canosos se arremolinaban en sus cogotes y sus cuerpos frágiles y pálidos tiritaban bajo el espeso frío del invierno. El hombre acariciaba las manos transparentes de su mujer y ésta sonreía con una especie de mueca entre sus pómulos salidos. “Te amo” dijo el anciano, y de repente un estrepitoso rugido interrumpió la respuesta de la mujer.
El tren llegó por los raíles de la vía y paró justo delante de ellos haciendo chirriar las ruedas oxidadas. Las ventanas eran tintadas de negro y los vagones eran de un blanco sucio, como si hubiera estado en marcha durante siglos. La mujer se levantó y acarició la mejilla rugosa del pobre anciano y les susurró “te esperaré siempre”, y antes de que el hombre pudiera articular una palabra, la mujer se giró y se fue hacia el tren. Se abrieron las puertas y ella subió con torpeza en las piernas, giró la cabeza y con lágrimas en sus ojos azules le dijo un simple “te quiero”.
Se cerraron las puertas y el anciano se apresuró a ir delante de la puerta. “¡Marien, espera! Y el tren arrancó haciendo chirriar de nuevo las ruedas de hierro. Sin mas se marchó, y el triste hombre se quedó en el andén, solo, tiritando de frío y con los ojos grises cerrados bañados en un mar de repentina nostalgia. “Marien...” susurró.
Y todo se quedó en silencio esperando la llegada de un próximo tren que la llevara a donde quisiera que fuera con su querida Marien de nuevo.
Nunca le dijo lo mucho que la quería, ni lo tanto que la extrañaría.

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