sábado, 31 de marzo de 2012

Un ángel blanco para un ángel negro.

Correr hacia donde tú estés. Ya no importa la distancia, ni el camino que sigues. Ya no importa absolutamente nada. Las yemas de los dedos quieren volver a sentir tu piel, mis oídos ya no buscan otro sonido que no sea tu voz, tu risa, tus gemidos de placer, tu llanto, cómo cantas mientras me miras a los ojos. Mis ojos nunca quieren parpadear cuando te tengo delante, por miedo a que cuando abra los ojos no te encuentren, que desaparezcas y ya nunca más te vuelva a tener. Mi olfato, todavía sigue buscando en mí el perfume que tú dejaste en la superficie de mi piel al unir nuestros cuerpos bajo el sol intenso, bajo el calor abrasador de la mañana.  Mis labios, cada parte de tu cuerpo quisieron comer, mis labios entre abiertos en tu oído mientras el sudor resbalaba por tu nuca, mis dientes ansiosos de querer morder flojito tu boca para quedarme con su sabor a canela. Mis manos… oh mis manos!  Ojalá tuviera 100 manos para poderte tocar entera, cada centímetro de  tu cuerpo, tocarte hasta el alma. Tu deseo. Mi deseo. Mi pecho encima del tuyo. Las piernas entrelazadas. Gritos mientras tocas el cielo. Mi pelo, tus uñas en mi espalda. Arrebatos de locura, amor y mucha pasión. Y después de hacer el amor… dos cuerpos desnudos, jadeando sin cesar. Mirándonos a los ojos pensando que todo esto es un sueño, que tu carita de niña pequeña no es la misma que la cara de un lobo abalanzándose sobre mi hacia unos instantes.  Me acaricias la espalda y me tocas el pelo pelirrojo y despeinado. Tengo sueño, pero no me voy a dormir, pasaría noches en vela solo para  amarte en forma de gestos, palabras y sensaciones.
Era la viva imagen de una musa. Mi musa. Mi inspiración divina. Sus curvas que me hacen enloquecer y desvanecer  todos mis temores. Acaríciame, y ciégame con tu luz, sí, una musa del amor, de la belleza y de una melodía incansable para mis sentidos. Tu dices que soy un ángel negro, caído del cielo y acobijado entre tus brazos. Algo oscuro que te ilumina en la negra noche. Pero tu… eres luz, eres mi sol, mi calor y mi protección. La única que calma mi sed, mi hambre o mis nervios. La que sabe controlar mi mal genio, mi carácter y me frena cuando me subo por las paredes. La que seca mis lágrimas y espanta mis fantasmas. La que me cuida cuando enfermo y la que me alimenta a base de amor y caricias. La que me hace llorar y hundirme en la miseria. La que me da la mano cuando me caigo y la que me saca de mis casillas. Mi contrario. La única que encuentra a Yara en lo más fondo de mi. La que me dice “te necesito” y nubla mi vista. La que se ríe cuando me tropiezo y la que se cabrea cuando me doy por vencida.
Ella es sin duda, mi ángel de la guarda, mi ángel blanco, mi luz, mi niña alada, mi otro yo. Siempre habrá un roto por un descosido dicen, pues bien, ella es la que me complementa, ella es el ángel blanco que acompaña a un ángel negro, caído del cielo y rescatado por ella.

Yara.

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